Los ladrillos son como píxeles, esperando el haz de luz que los ilumine.
Hábilmente se erguía sobre una bicicleta antigua para pulir aquella mujer de tonalidades amarillas y grandes senos que parecía pender del horizonte. Con amabilidad había rechazado mi oferta de ayuda de tener la improvisada banca. No había altivez o rechazo en su gesto,simplemente una serena certeza de sus habilidades de equilibrista y pintora. Dos virtudes útiles cuando se embellece un muro con pasión de mujer. Mi primera impresión del evento. La excusa de recoger un envió desde Cali se convirtió en una invitación de la amiga emisaria a presenciar la última jornada del evento “Grafiti Mujer” organizado por la Alcaldía de Bogotá como previa celebración al día de la mujer. El bullicio de los carros y los transeúntes que tímidamente curioseaban, bañaban en sensaciones la esquina sede de la jornada. Carrera 68 con calle 53, diagonal al parque Simón Bolívar. Hacia algo de frío pero el calor humano ante los muros era lo suficiente para soportarlo. Los aerosoles, pinturas y esténciles poblaban el suelo concediéndome la cicloruta para efectuar un recorrido de observación. Aquel que repetí una y otra vez con cámara en mano para presenciar la mutación del muro. De la frialdad del blanco institucional a la multicolor cadencioso y sorpresivo de una expresión que con alegría exhibía las preocupaciones, sueños, burlas, clichés y críticas de las convocadas.A cada parcela del muro, la contemplación. Una fotografía y en algunos casos una sonrisa. La obra inconclusa de la equilibrista meticulosa. Una fenómena en un andamio improvisado por una pila de sillas de tiendita. El autógrafo colectivo terminando una cupida serie B sobre un campo de plantas carnívoras. El recurrente motivo de la mujer rompiendo cadenas. Figuras femeninas como sacadas del imaginario de Alicia en el país de las maravillas pintadas por una cara de ángel con lentes. Marquesinas con los nombres de revistas light de cabeza. Mensajes de denuncia. Rostros que reían o lloraban. Ellas. Ayudadas por algunos. Disponiendo a su antojo de un agradecido lienzo de ladrillos. La noche caía y el escenario se quedaba cada vez más desierto. Diligentemente las latas y residuos eran depositados en las canecas de basura. El muro recortado con el cielo se preparaba para afrontar su soledad, abrigado en una película de sueños y esperanzas salidos de unos tarros, unas manos, unas almas. Dispuesto a recibir las miles de miradas que le esperaban. ¿Qué lecturas propiciará? ¿Será atendido o entendido al menos el mensaje de sus creadoras? Tras despedirme emprendí la búsqueda de un bus para regresar a casa. El frío arreciaba. La última viñeta me fue concedida por una nena con los ahora ubicuos. Ante mi pregunta sobre la buseta apropiada, charló un rato conmigo. Ya estaba cansada y el motivo inconcluso de su aporte a la jornada pronosticaba un regreso al otro día. En la buseta, reflexionaba sobre lo que escribiría. Sería breve por supuesto, las fotos harían el trabajo. Me preocupaba parecer zalamero, cursi o probablemente libidinoso. Vana preocupación concluí: Era simplemente una pared. Embellecida en una tarde normal. Premiada como pocas. Por ellas. Y todo eso, ya era grandioso.
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Un aporte de otra para el muro de rayos catódicos:
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Muro #2: Crónica trasnochada y quejumbrosa del concierto de Roger Waters
Con puntualidad inglesa, a las 7:15 como había sido anunciado, las notas introductorias de “In the flesh” cortaron la noche. La expectativa había crecido desde que la proyección de un viejo radio cuyo sintonizador que era acosado por una impaciente mano de un joven fumando, había dado inicio a una secuencia de piezas musicales de rock and roll clásico y jazz. De repente las luces, la descarga y la figura de un Roger Waters aparecían en escena, haciendo olvidar el infortunio de la fallida presentación de Chucho Merchán y (temporalmente) la actitud del público que ya aventuraba inapropiada. Con la serenidad de una leyenda entrada en los sesentas y una cálida sonrisa, Mr. Waters dirigía la ejecución perfecta de piedras angulares de la discografía floydiana. Ataviado con su traje negro reglamentario que viene usando desde que los estampados floridos del verano del amor cayeron en desgracia, poseía la modestia suficiente para ocupar un segundo plano cuando las limitaciones de su voz así lo exigían. La banda, extremadamente precisa y coordinada con las proyecciones infaltables en la imaginería floyd, incluía a viejos conocidos como el guitarrista snowywhite, compañero de aventuras y músico de soporte en vivo en las giras de animals y the wall, y el teclista Jon Carin, uno de los pilares del floyd gilmoriano de finales de los ochentas y principios de los noventas.
La primera parte del concierto prosiguió con los obligados “Shine on You Crazy Diamond” y “Wish you were here”, dedicados al fallecido fundador de Pink Floyd, Syd Barret, y la arenga contra la industria discográfica, “Have a cigar”. De nuevo la ejecución perfecta que podría parecer un poco aburridora a veces para los que esperábamos algo más de improvisación que se alejara de lo consignado en disco. Justamente una de las marcas registradas de Pink Floyd: experimentar en vivo, pero supongo que eso era en otros tiempos. Sólo el oscuro clásico de A saucerful of secrets “Set the controls for the Heart of the sun” que mando a las sillas a todos los adolescentes gesticulantes que exigían más de The Wall, trajo un aire de frescura al recrear la canción de 1968 reemplazando el pandemonium sicodélico seudo dodecafónico de Gilmour-Mason-Wright (Guitarra, Batería y Órgano más el gong azuzado por Waters) por un relajado contrapunto de saxofones. Era curioso ver a un Roger 40 años más joven retozando con sus compañeros (incluyendo a Syd) en un campo de flores que danzaban con el viento. Igual que como se contoneaban los brazos con decenas de celulares intentando capturar algún instante en pésima resolución, obstruyendo la visibilidad.
Los momentos personales y políticos de Waters llegaron de la mano de “Fletcher memorial”, esa fantasía de un reclusorio para las figuras de poder actualizada ahora para incluir a Saddam Hussein, Osama Bin Ladem y por supuesto, Mr. President. “Leaving Beirut”, único tema nuevo presentado, narraba las experiencias juveniles de Roger en un viaje a principios de los sesentas a esta ciudad contextualizándolo a nuestros días como evidencia la frase “Oh George! Oh George! That Texas education must have fucked you up when you were very small” celebrada por la multitud mientras la proyección mostraba viñetas de un comic que acompañaba la verborreica canción. Bastante actual, directo y alejado de las imágenes etéreas asociadas a Pink Floyd. El clímax de la primera parte llego con “Sheep” poderosa melodía con ribetes punk quizá pensada para el evasivo público de 1977, que empezaba a ver a los floyd como dinosaurios corporativos, despreciados por los héroes del momento: Jhonny Rotten y sus efímeros Sex Pistols. El éxtasis fue total cuando otro icono floydiado, el cerdo volador planeo sobre la audiencia para ser liberado en el estrellado firmamento, aquel que estaba a 24 horas de ser clausurado por la visita de Mr. Bush. Irónicamente varios mensajes de rechazo estaban escritos en sus perniles voladores.
Los pulsos iniciales de The Dark Side of The moon, acallaron a la multitud de las áreas traseras que gritaban al publico de adelante para que no se parara en sus sillas. No podía evitar voltear hacia atrás y sumarme al clamor para sentarse, más yo mismo estuve obligado a pararme en la vibrante Rimax. Era claudicar a mis principios o no ver absolutamente nada. Poco a poco estos incómodos pensamientos se diluyeron en la contemplación. La proyección circular paso de una luna creciente a los clichés floydianos que siempre acompañan la ejecución de Dark Side. Impecable por cierto, con sus pasajes oníricos clonados milimétricamente por el guitarrista Dave Kilmister, en la no pequeña tarea de reemplazar a Gilmour. Las potentes voces de las coristas de ébano y el final apoteósico en el repetitivo sermón pesimista de Roger: En todo lo que hagas y en todo lo que veas…todo bajo el sol esta en armonía, pero el sol es eclipsado por la luna...
Despedida con venia bajo el mar de aplausos antes de abandonar el escenario para retornar con un calculado encore que incluía “Another brick in the wall” fundido como se hace ahora con “the happiest days of our lifes” y que incluía un coro de niños locales, “Vera Lynn” seguido de la marcha “Bring the boys back home” que exhibía imágenes de los conflictos bélicos actuales excepto claro esta, del nuestro, que es poco importante para los anglosajones. El cierre total y magnificente fue con la acostumbrada “Confortly Numb” la cúspide musical de un álbum conceptualmente y letristicamente tan sólido como The Wall pero musicalmente flojo. Punto dorado de una jornada de casi tres horas de un inmaculado y envolvente sonido con un contundente aunque incompleto reflejo de una de las mejores bandas de la historia. El mejor concierto masivo al que he asistido hasta el momento, concluí. Feliz pero algo contrariado, tome el camino a casa para ser progresivamente asaltado por mis reflexiones. Definitivamente un concierto es un gran espectáculo pero también es uno de los espacios de alienación colectiva más certeros de nuestros tiempos. Ese era justamente uno de los ejes temáticos de The Wall, por eso toda la metáfora fascista. Un espacio donde un muro de espaldas se cimento en hileras de sillas Rimax. Donde los gritos de “siéntense, siéntense” fueron ignorados por la torpeza de aquellxs que pensaban que de pie en las sillas todo se vería mejor. Donde las manos se estiraban hacia el ídolo como en una alocución nazi o donde se filtraban por entre las vallas custodiadas por seguridad como por las ventanitas del tren que se dirigía al campo de concentración, una imagen de la malograda película de Alan Parker que no podía quitar de mi mente. Por ello últimamente prefiero ir a conciertos de bandas locales, más íntimos y en donde todos son iguales. Sin clases sociales reproducidas por la boletería. Donde la relación del espectáculo en vivo sea de nuevo orgánica. Supongo que un tipo como Roger debería estar de acuerdo sino estuviese atrapado bajo el precioso muro de la fama. Uno de los muchos muros que nos rodean.
Leaving Beirut:
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