miércoles, agosto 30, 2006

Pantalonetiando en Ibague (version definitiva)


PARTE I

Bajo mi espalda se encuentran las placenteras baldositas de color ladrillo que componen el piso de la casa. En una esquina el Televisor transmite Smallville que sigue siendo el mismo adefesio de superheroe hibridado con clase de Beverly Hills. Combinación irresistible para la generación MTV. Mis brazos cruzados sirven de apoyo a mi cabeza que con más frecuencia abandona la pantalla en favor del trapecio entrecortado por mis piernas elevadas y cruzadas. Por la calle con una ligera inclinación corretean ruidosos niños que juegan. Su alboroto cede con relativa periodicidad cada vez que una pequeña moto remonta el cuadro y se adentra en el barrio. Dos pasajeros generalmente la ocupan. Todo es una escena ya remota para mi. Por la luminosa puerta de la sala abierta de par en par cruzan amistosos vecinos que se detienen a saludar mientras discretamente observan a ese extraño tirado en el suelo, con un irrefutable aspecto de no haberse bañado. Ya son las 3:00 PM. El aire arde. El ultimo rostro se despide y me sonríe con la complicidad de quien tampoco se ha bañado. “Parece como si aquí no existiesen las paredes”, pienso con cierta incomodidad, más producto de la falta de costumbre que de alguna convicción. El sopor sigue su curso. Mi prima vuelve a insistir que si deseo algo de beber. Los niños afuera gritan. Otra vecina aparece y salta por encima de mi internándose en los cuartos más profundos. La privacidad se ha derretido. Las baldosas son balsámicas. Sin embargo, no tengo quejas. Definitivamente fue una buena decisión estar aquí, el día antes de iniciar el semestre. Descalzo, sudando y feliz. Privilegios de estar pantalonetiando en Ibague.

Todo dio inicio el sábado cuando abandoné Tabogo que ebullía en una tensa calma. Tombos infinitos y acuciosos fastidiaban los ángulos del escenario donde tomaría lugar la farsa. Las cámaras aguardaban lascivas la ceremonia. No quería ser un extra más. Era preciso huir. El destino era el sitio donde coincidían una amiga y una prima que me reclamaban desde hacía tiempo ya. La terminal se desvanecía en la ventana de la buseta. Ibague me esperaba aunque fuese brevemente. El sur era mi destino. De cierta manera viajaba al pasado, iba hacia atrás en el tiempo. No hacia adelante. Por ahora, dejaba esa falseada dirección a eslóganes de campañas funestas.

La ciudad me recibió con una suave brisa nocturna que aún no sepultaba los restos de un día infernal. El paisaje acudía a mis ojos con la novedad de lo no visto en mucho tiempo. Mucho más desde que las rutas directas Cali-Bogotá empezaron a ignorar aquel cruce de caminos. Sólo cuando el bolsillo apremiaba y el bus lechero era la única opción, se la podía apreciar de nuevo; aunque todo se resumía a la contemplación de un lote de buses mientras se consumía un sancocho cuasicaduco en la terminal. Tan poco tiempo para recuperar tanto...

Una vez instalado donde mi primera anfitriona y tras el tamal de recibimiento reglamentario las inevitables calles llamaban. Sugerí una caminata hacia la zona rosa, más por curiosidad que por gusto. Recibí aceptación por el destino pero reproche por el medio propuesto. “Esta muy lejos, mejor nos vamos en Taxi” ordenó con inmediatez mi guia. El recorrido se tomó como 30 segundos (Definitivamente el concepto de distancia es algo muy relativo) tras lo que desembocamos en la 5 con 38 (según fui informado). La zona rosa más corta que he visto. En sus casi 3 cuadras de extensión, se apretaban decenas de bares cuadriculados poblados de jirafas acosadas por los asistentes, compuestos de tipos con rostros de adonis y panzas apenas sostenidas por sus cocodriludas camisetas acompañados por nenas oxigenadas de escote generoso y chancleta calentana estilo condorito. Por un momento sentí vértigo y me creí en Cali. La escena se repetía con ligeras y reguetonudas variaciones en cada cubículo. Como nos deteníamos frente a cada neón prestos acudían los meseros a invitarnos, a pesar de que mi pinta de patético viajero en tenis y pantalones cargo desentonara en todos los sitios. Resalto la paciencia de mi acompañante quien sospechando de que yo observaba tomando nota visual para este blog (del cual ella, ejem, es fiel lectora) me acompaño complaciente hasta que recolectara los datos suficientes en cada sitio. Curiosamente el tiempo de exposición duraba el mismo tiempo que permanecían alineados los escotes generosos con mi plano visual. Apenas ahora lo noto, pero no se puede negar que la información pechugonistica es de vital importancia en cualquier blog. Finalmente la zona moría en un edificio donde afuera aparcaban varios automóviles y cuyos asistentes bebían copiosamente sentados en una jardinera de la construcción. Emocionado corrí para filtrarme en esta disgresión de la continuidad del paisaje, para ver de cerca a aquellos que habían preferido ocupar la calle despreciando los densos chuzos. Sin embargo mi entusiasmo se vio truncado de manera sorpresiva. Y algo penosa, por demás. El edificio en cuyas afueras departían los presuntos rumberos de anden resulto siendo una funeraria. Repentinamente la cercanía torno los estertores, atribuidos al festín en berridos proferidos por los juveniles plañideros. Sentí una gran vergüenza. Pero no era mi culpa. La planificación urbana de algunas ciudades al parecer, obedece a misteriosos criterios necro-rumbológiocos.

Tras otro dilatado recorrido de 30 segundos arribamos al centro. El centro siempre es prometedor en la noche. (El lector o lectora caleña puede sin embargo disentir de dicha afirmación). Iniciamos el trayecto por la tercera, una vía peatonalizada que ahora servía de paseo para acaramelados novios cuyo plan sabatino consiste en comer un chuzo luquiano en uno de los numerosos y humeantes puestos para despues ir a cerveciar en los bares aledaños. Ver a un tombo que habiendo subido su moto por la vía peatonal ahora disfrutaba de aquel banquete (al cual me negue porque uno viajando no debe tentar los males de la barriga) mientras bajo su sombra un mozalbete manipulaba y parecía macerar con sus dedos, una extraña sustancia del mismo color del uniforme de quien le proveía cubierta (jeje) fue indicio suficiente de que me encontraba en el lugar con la clase de contrastes que buscaba. MaKaindOfPlais. Tras un breve reconocimiento del terreno, ingresamos en un videobar. La charla fluyo con espontaneidad mientras las glorias del grundge y el hard-rock ochentero avivavan los ánimos de los asistentes. De vez en cuando giraba mi cabeza para observarlos. Los imagine empleados de banco treintones recordando sus años mozos, aquellos cuando agitaban sus cabezas libres, desconociendo su cruel destino. De alguna pálida manera, volvían a la adolescencia. Intentaba comprenderlos sin lugar a burlas, pues no eran responsables de que el sistema acostumbre a transformar la nostalgia en vulgar parodia.
_ Gracias por recibirme así tan de improviso.
_ De nada, siempre eres bienvenido.
_ Este sitio me recuerda uno en Cali que se llamaba Halley y que en una época fue muy popular. Pero este es más bonito, creo.
_ ¿E ibas mucho?
_ Un par de veces en mi adolescencia. Pero ahora ni loco. El estar aquí en otra ciudad me excusa jeje. Aunque...
De repente enmudecí. Los banqueros golpeaban con puños y botas las mesas. No reconocía los acordes pero algo me sonaba familiar. Y era funesto. Las meseras me ocultaban la pantalla. De repente, tras estirar mi cuello pude contemplar la efigie en primer plano y fade-in de nada más ni nada menos que Jon Bon Jovi. Con permanente, nariz empolvada y pañoleta terciada al pescuezo. Sólo atine a decir “vámonos de aquí” mientras los banqueros enloquecidos agitaban sus cortes de pelo de horario de oficina al ritmo del saltarin pantalón leopardo-expandex chupado en el culo de Jon. La cuenta demoró y desesperado fui directamente a la barra a pagar. No lo podía soportar. Más una vez recibida las vueltas pedí a mi contrariada amiga (que decía “¿Al fin que?”) que me permitiera ver el video que siguió a la monstruosidad anterior. “Take on me” de a-ha, aquel en donde los noruegos estan atrapados en las viñetas de una caricatura. Donde el cantante logra escapar para encontrar a la dulce nena que con copete Alf lo esperaba afanosamente de este lado del espejo. Gran vídeo. Quizá junto con “You might think” de The cars y “Thriller” del viejo maicol, los mejores vídeos de la década perdida. (El autor aprovecha para declarar que detesta la abominable versión ska de esta gran canción – Take on me-).

La huida nos llevo a otro chuzo (cuyo nombre no viene a mi) pero que decidí bautizar “El bodegón del recuerdo”. Según me contaron posteriormente, lo más excelso del crossover chucuchuquiano del centro Ibaguereño. Caneca de ron pa' lubricar mis torpes pies (aquí el lector o lectora rola debe reemplazar caneca por media), respirar profundo y a tirar paso. Ese Pastor Lopez me vino de maravilla. Incluso por un infinitesimal instante me pereció que bailaba bien. Ya lo se, no lo digan. Llevo lustros oyendo la terrible afirmación de que soy un caleño chiviado. En mi defensa puedo decir que si la naturaleza me dio pies torpes por un lado, me dotó de mente ágil por otro, y con esta he inferido un método para salir airoso en los menesteres danzarinisticos (Vea al planteamiento epistemológico más adelante en otro ágape).



PARTE II

El domingo me agarro, con almohada babeada, en una cama Ibaguereña de madera traquiadora imitación Lucho XV. Enguayabado y pantalonetiando por supuesto. El presuroso desayuno de mediodía nos lanzo al paseo dominguero planeado con la barriga apenas justa para la trepada de cerro. Paso a recogernos una amiga de mi anfitriona quien trabajaba en el Jardín Botánico San Jorge (Publicidad no pagada). Yo estaba ansioso por conocer a nuestra nueva compañera, a quien visualizaba como una gata montesa estilo Lara Croft. Imponente, de botas ,“shores” y sombrero de antropólogo Ingles en tumba de Tutankamon. Se me hacia agua a la boca. Gran estupefacción me causo ver que la persona real no guardaba similitud alguna con otro de mis constantes delirios platónicos por las féminas. A pesar de que la radiante y apócrifa sherpa tolimense no estaba mal, su inapropiado atuendo delataba su desconocimiento de las maneras de la típica caminata ecológica para viajero despistado (o con apretada agenda como Yo). Nuestra previa Lara Croft encarnada, lucía unos zapatos de plataforma estilo diva disco que harían sonrojar al mismísimo Gene Simmons. Evidentemente, trabajadora del Jardín Botánico que cubría arduas jornadas tras un escritorio.

La travesía en el cerro, estuvo adornada prolijamente por infinidad de matas variopintas presentadas por una simpática señora, esta si guia entrenada, que tras la mención del nombre científico se lanzaba en una fuga desaforada en senil-mayor que exponía las propiedades, leyendas y usos del arbustillo en cuestión. Su trepidante lengua habría dejado exhausto a un vendedor de dulce busetero. De los de a 200 3x500 la dama y el caballero. Particular curiosidad causó en mis dos compañeras la mención de una maravillosa planta denominada “siguememacho” que crecía salvaje a nuestros pies y cuyas milagrosas atribuciones saltan a la vista. Con timidez y apocada voz, indague por el equivalente masculino que aventure de nombre “elsiguemehembra” (no fue difícil adivinarlo) mientras apuraba navaja y cuantas bolsas encontrara en mis bolsillos para recolectar algunas muestricas, con fines puramente científicos claro esta. A esto nuestra guia respondío, con la secreta aquiescencia de las otras dos féminas con una negativa, señalando que caballero tan bien plantado y en la flor de su vida, seguramente no requeriría de estas ayudas botánicas. Este blog no está en capacidad de negar tal afirmación, pero sospecha que fue una elegante y geriatrica evasiva.

Al empinarse el camino e internarnos en el bosque, la señora fue reemplazada por un minúsculo y verborreico personaje que relataba sus aventuras en el monte cuando prestaba servicio, mientras saltaba y se colgaba de las ramas con simiesca habilidad. A su paso con rapidez ganamos la cima desde donde se observaba la ciudad. Sólo atine a decir “Es que este chuzo siempre es grande” mientras permanecíamos absortos en la contemplación, jadeando de cansancio. La vista justificó todo el esfuerzo y el posterior descenso en donde no podía dejar de temer por mi vida, pues a mis espaldas la diva disco tropezaba constantemente en sus enormes zapatos amenazando con rodar cuesta abajo arrastrando con este, su inerme servidor. No debo esforzarme mucho en aclarar, que no era mi deseo terminar mi atribulada existencia defenestrado en un andurrial pijao.



PARTE III

Ahora mi prima era la anfitriona. Tras despedirme calurosamente de mi amiga, la primera, y seguir en taxi a la motociclista familiar, la segunda, hasta su domicilio (la dirección era imposible y parecía más una ecuación diferencial) me encontraba en la casita de barrio de las baldosas color ladrillo. Primer pie en las escaleras y dio inicio la secuencia de presentación de medio barrio que discutía en la sala los pormenores acústicos más ajustados para la disposición de cuatro altavoces en la sala. Una hermana menor de mi prima (que no era prima mía), cumplía años. Fatigado de estrechar manos la dueña de casa me recibió.
_ ¿Le provoca una coca colita mijo? - preguntó amablemente la mama de mi prima.
_ No, gracias. ¿No tendrá más bien un juguito? - respondí esforzándome en no perecer grosero.
_ Si, hay de tomate de árbol. - Concluyó la anfitriona mayor.
_ Déle – accedí-
Tras el cristal del vaso contemplaba como observaba al niño que había conocido 15 años atrás. Yo también indagaba su rostro por la joven mujer que recordaba. Se respiraba aroma de fiesta. La torta gobernaba la escena desde la cima de la nevera. Todo era anticipación.

Tras vestirme con la pinta calculada para rituales calentanos, con zapatos bajos, pantalón holgado y camisa arremangada, desabotonada y mostrona de un níveo e insuperablemente lampiño pecho, fui enjuagado por mis primas en un ostentoso pachulí que podía ser percibido a kilómetros de distancia. De nada sirvieron mis ruegos y pataletas aduciendo que las fragancias me hacían sentir disfrazado. Falso. Poco genuino. Que lo mío era puro encanto – y aroma – natural.

Una vez emperifollado fui dispuesto en el fondo de aquel dédalo suburbano Ibaguereño, sentado en un trono de Güiny Pu contemplando el desfile de señoritas que me eran presentadas, anhelaba yo, como futuro tributo al primo-minotauro. La secuencia estaba poblada por pícaras amigas, compañeras de estudio, de trabajo, vecinas o cualquier falda fiestera traída por las alcahuetas anfitrionas en un cómplice gesto, para observar con curiosidad cuasi-nachionalyeografiquesca (Mi aporte a la RAE) al objeto de su güeveristica ofrenda. Pero como el lector o lectora de este atribulado blogger ya habrá anticipado, todos aquellos protocolos fueron fútiles. Las primas en otro ejemplo de la legendaria y conocida crueldad femenina (que es sólo comparable a la de los niños) me acapararon toda la noche, so pretexto de mi larga ausencia, dejando un fingido escapismo escatológico como única alternativa para interactuar con el ramillete. Instantes aprovechados para danzar usando el método antes anunciado:

Metodología de simulación bailadorística para troncos

1)Tras muchas exposiciones etílicas en las pistas, se ha encontrado que el ron es un buen aflojador de pies que combina una óptima relación costo/movimiento/guasquiada.
2)En los puentes de las canciones aproveche para dar volteretas (a un ritmo prudente a sus capacidades) en donde se pueda observar a una distancia prudencial (pues muy cerca sería fatal) al chacho de la fiesta. Replique sus movimientos con un retardo de 2.45 segundos.
3)En caso de pareja bastante ágil aplique el algoritmo del boxeador cuasinoquiado: abrace a la pareja fuertemente y de vueltas en una baldosa. Puede ser rechazado o simplemente recibir el comentario de que le gusta bailar amasisao.
4)En caso de desespero final, payasee. Esto distrae la atención y da la falsa sensación de que Ud. está tan en control de sus movimientos que ha pasado al nivel de la experimentación libre.

(Nota: La metodología no esta garantizada, no se devuelven esperanzas).

Siguiendo los pasos que tantos años me costó descifrar, pase la noche en un fluido continuo en cuyos vertiginosos giros se divisaban, borrosas, sonrisas, voces de promesas, una galería de recuerdos remozados e incluso el comentario de una rola desubicada sobre mi cadera prodigiosa. El cielo delataba un alba inminente y con mis últimas fuerzas gané una cama desguarnecida, no sin antes deshacerme de la camisa dominguera y pantalones holgados interrogando mi maleta en busca de la prenda exacta. Me esperaría el último día de sosiego antes de regresar al claustro. El repaso mental de los hechos al observar el paisaje nocturno corriendo en sentido contrario desde una ventana. La sensación aún firme en mi memoria de las baldositas color ladrillo. La despedida sin garantía de retorno. Y por último, la inexpugnable certeza de las ventajas proporcionadas por el discreto encanto de pantalonetiar.

Texto&Fotos --> LFM
Gracias a todxs lxs que me aguantaron por alla.
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BONUS: En el videobar de los banqueros headbangers: "Take On me", A-ha 1986. Una perfecta muestra de new-wave-synth-pop-mid-80 europeo.


martes, agosto 08, 2006

JERIGONZARIO ROLISTICO VOL 1: “Se da garra”


Crónica nostálgico-lingüística
'Darse garra es el andurrial pal rancho de la sabiduría' (Guiliam Blake)

La escena ya la había repetido muchas veces desde hacia algunos años. Sin embargo esta vez había algo distinto. No podría definir la sensación y lejano está decir que se asemejaba al miedo, aunque efectivamente algo de eso tenía. Además del tiempo, el ego falsea el recuerdo. Aún la pesada puerta metálica amarilla se abría de vez en cuando impulsada por un apresurado estudiante, que estrellándose con mi dubitativa silueta recortada contra un tablero blanquísimo y estéril parecía preguntarse para sí: ¿Es este el profesor? Cuestionamiento que cada vez será más escaso ante los sobresalientes estragos de los años en mi cara. Súmele a eso esta ijemadre brisa sabanera que me sembró un desierto en la frente y que me tiene fatigando las góndolas de cremas humectantes de los supermercados. En vano claro está.

Mi primera clase en Bogotá. Mi primera clase en la Nacho. Un curso donde un segmento importante repetía la materia por tercera vez. Esperanza en sus ojos. Desasosiego en los mios.

Una vez se normalizó la afluencia, decidí cerrar la puerta. Para ser el primer día de clase la asistencia es buena, pensé, sin dejar de permitirme el gusto malsano del desprecio por una generación cada vez más servil. En mis tiempos nadie se habría aparecido la primera clase. La Universidad pública no es lo de antes. Realidad innegable y refugio de mis chocheras prematuras. Entonces “Buenos días” de apertura. Presentación formal mientras aprovecho el tablero deseoso de tinta para escribir mi nombre. De Cali, si señores. Universidad del Valle. Paneo sobre las caras en búsqueda de una reacción, por más ínfima que fuese, ante tamaña confesión (No la de la Universidad del Valle, claro está). Nada. La expectativa opacaba cualquier otro sentimiento.

Cualquier profesor con un mínimo de inteligencia y por supuesto cualquier estudiante avezado (aunque mi biliosa invectiva generacional anterior disienta un poco sobre la aplicabilidad del termino “avezado”) conoce la grán ventaja pedagógica y didáctica del taller como medio de evaluación cuya efectividad ha sido comprobada sobre todo cuando el profesor no ha preparado ni un carajo su clase. Como este era el caso, tal posibilidad cruzó mi mente aunque fue descartada con la inmediatez que me concedía la certeza de que un taller en la primera clase era mi pasaje guit-no-return al honorable cuadro de profes odiados. Primiparo viejo sí, pero güevon no. Esto me llevó a la la única solución posible en estos casos aunque también la más baja y que revelo aquí en exclusiva con el blindaje antivergüenza que me prodiga un blog. Cualquier referencia en persona a esta abdicación será negada. Y dice:
_ Saquen una hojita y escriban sus expectativas sobre el curso.
Lo sé. Guacala superlativo. La desesperada inclusión de una segunda pregunta pidiendo definir el concepto central del curso no es suficiente para redimirme. Todavía este recuerdo me atormenta y es responsable de que la composición de mis cobijas a cuadritos hayan cambiado a 60% lana 40% sudor y lágrimas.

Pero como mi mercé ser Ingeniero y privilegia el pragmatismo sobre la decencia (espero que esto explique mi comportamiento a todos mis amigos y amigas), dicha estrategia y la posterior lectura de casi 40 hojas mal arrancadas con una caligrafía inmunda (exceptuando las pertenecientes a la desafortunada escasa participación femenina de mi clase que tuvo el detalle de entregarme hojitas de Hello Kitty con esa letra redondita tan propia de las nenas), me proporcionaban la comodidad de quemar 2 horas de clase leyendo en voz alta una sucesión de exabruptos y valorando el estado de la clase (Después de todo es un ejercicio valido ¿No?). Una salida perfecta digna de un maestro (en todas sus acepciones). Sin embargo como el destino es cruel y mi alevosía y primiparez (la palabra existe, lo juro) debían ser cobradas por el inevitable Karma profesorístico, una hoja, bastante vulgar por cierto, llegó a mis manos conmocionandome. Nada tenía de particular lo escrito allí, excepto por una ultima línea, que a nivel quizá de ruego rezaba:
_ NOTA: PROFE, NO SE DE GARRA CON LA PROGRAMACIÓN.
Una sensación de vértigo me invadió. Inmediatamente un inoportuno sudor acudió a mí. Inconscientemente repetí en voz alta la frase para de nuevo sumergirme en el silencio. Cuando mi estupefacción decreció en el grado apropiado para escuchar mi mente pude de cierta manera enfrentar la situación. La única reacción posible que tuve fue articular con labios mudos...
¿QUE DIABLOS SIGNIFICA 'SE DA GARRA'????
¡Ahh! Deliciosa expresión esta, hasta ese momento esquiva a mis oídos y que me fue revelada en el momento y lugar más inoportuno. Se me había escabullido en decenas de roquesalparques y festiteatros. La interacción con los locales no me la había regalado hasta el momento. Afortunadamente mi grán inteligencia (De sobra conocido por lxs lectorxs de este blog) se puso en marcha y logró, no sin penosos esfuerzos, esbozar un significado preliminar para la popular (ahora lo sé) y animalesca metáfora: Darse garra es exagerar. Gran hallazgo producto del análisis exhaustivo de las relaciones semioti-antropo-gamino-mamifero-podológicas inmanentes en este prodigio de la cultura popular. Una vez descifrado el papelucho pude continuar la clase no sin padecer esporádicos escalosfrios e intentos de desmayo en mi bautismo de fuego docente en plazas cundiboyacas.

Como buen investigador en ciernes, el incidente merecía una acción. Esta consistió en el refinamiento del concepto a través de entrevistas abiertas basadas en definir el prodigio. Los resultados fueron los siguientes:
¿Y es que en Cali no dicen 'se da garra'? (99%)*
Que pregunta tan marica (1%)
(* esta respuesta en particular era pronunciada con ese típico acento seudo-gomelo clase media bogotana proferido con una jeta minusculamente abierta como se acostumbra po'aca)

Los resultados, bastante desalentadores por cierto, se deben en mi concepto a que la muestra estaba compuesta principalmente por estudiantes de maestría de Ingeniería, los cuales rechazaron la pregunta por no ser tipo ECAES.

Un semestre despues y asimilando “darse garra” con “excederse” en algo, comenté la anecdota a una nueva camada de hilarantes estudiantes teniendo una nueva herramienta pedagógica para rellenar la primera clase. Curiosamente y en un gesto de baja lamboneria o burla encriptada hacía mi, la charla introductoria que sostuvimos estuvo poblada de generosos “se da garra” en cualquier contexto en el que remotamente se pudiese aplicar. Ahora me he vuelto hipersensitivo a la expresión, y creo oirla en todas partes en labios lejanos, en fríos andenes o en transmilenios atestados. Tan bella pero tan ajena a la vez. Nunca la usaré pues no me pertenece. Vengo de una ciudad de excesos donde esta hipérbole nos es desconocida.