domingo, febrero 17, 2008

Desventuras de un cineclubista*


–--* crónica nostálgico patética a 4 flashbacks *---


INTRO

Los créditos aún no han terminado y la asistencia parte con furia. Las viejas sillas del auditorio estallan en aullidos de resorte. Las tinieblas voluntarias no cesan. Infructuosamente un compañero profiere tímidamente que por favor esperen, que nuestro deber como cineclubistas es permitir que los nombres de toda esa obra colectiva que es el cine, sean proyectados. Las puertas se abren de par en par y algunos agradecen con una sonrisa. En ellas se lee “Gracias por entretenerme dos horas pero el bar espera y no quiero quedarme al foro”. Las luces se encienden. Sorprendentemente algunas personas están sentadas y a la expectativa. Miradas mutuas entre los miembros del cineclub han decidido silenciosamente que yo debo iniciar el foro. Camino lentamente sobre el suelo inclinado hacia la tela de proyección. Pasos temerosos que se sumergen en las reflexiones y en las imágenes que me asaltan en un montaje vertiginoso. La joven que tropieza conmigo cuando sale a contestar una llamada. Otro paso. Giro de cabeza provocado por un ruido para descubrir un gran paquete de chitos inaugurado a última hora. Un paso más. Un joven entierra su cabeza en un libro fingiendo indiferencia. Pasos agonizantes. Ella, la de los ojitos verdes observa desprevenidamente quienes se han quedado. Como en el cine, el tiempo se dilata. Un corto instante que alberga sonidos, imágenes, olores y el sabor de la saliva de quien se dispone a hablar a un pequeño público. Sensaciones en bruto sin editar. Alcanzo mi destino: Media vuelta y paneo por la concurrencia sincronizado con el nervioso ademán de tomarse las manos. - Es bastante ingrato este oficio de ser cineclubista – pienso antes de iniciar la charla. Si sólo ellos lo supieran. El cuadro de mi mente se fracciona en múltiples escenas que conviven en desasosiego. Todas evocación de un difícil oficio. Desventuras que sólo en pocas funciones han dado tregua. Un guión fragmentario y secreto. Como me gustaría proyectarlas. Darlas a conocer. La charla va a empezar. Si sólo ellos supieran que...

DISOLVENCIA

Flashback 1: Los protocolos del profesor matusalenico.

He llegado corriendo justo a tiempo para la función. El semestre esta iniciando y es importante dar una buena impresión. La primera función debe ser contundente, revelar un cineclub serio. Un debut que no deje escapatoria, como “As tears go by” de Wong Kar Way. Los asistentes se agolpan frente a una puerta muda. Arturo luce apenado mientras gira un DVD sobre su índice derecho. Travelling hasta mi rostro:
_ El auditorio esta ocupado. Aún están en clase – confiesa.
_ Pero... si supuestamente ya nos asignaron este auditorio, ¿Por qué salen ahora con estas? - respondo con fingida indignación procurando que me oigan los asistentes.
_ Pues no se. Esperemos un momento a ver que pasa.
El tiempo transcurre y el Auditorio aún es esquivo. Varias consultas tras girar el pestillo de la puerta muestran una clase en furor. El profesor de espaldas satura el tablero sin misericordia. La espera continua como una escena insoportable pero obligatoria. Atrapados como en la secuencia sicodélica de 2001 de Kubrick. El público se empieza a dispersar, ante un final ya predecible. Un giro es necesario.
_ No me importa, ¡entremos y saquemoslos! - sentencio con seguridad mal actuada.
Los asistentes que aún quedan se aglutinan interesados. Un primerísimo plano colectivo en donde mi mano se dirige al pestillo de la puerta. ¡Es ahora!. El acero es frío e innecesario. La puerta se aleja y el profesor entra en cuadro.
_ Muchachos, que pena. Ya termine – profiere en rancio acento cachaco.
Yo lo observo y me quedo sin palabras. He quedado obnubilado. De las entrañas de mi memoria llega el recuerdo del profesor de la serie “Paper chase”, aquella de los estudiantes de leyes de Harvard y que es libro y película. El profesor es una absurda antología de clichés: zapatos de gamuza, pantalón de pana, chaqueta de lana con coderas de cuero, camisa coronada por bufanda en el pecho, gorra de pensionado, gafas de carey, ojos azules escépticos y una pipa extinta que crecía a partir de una barba cana.
_ Esto no volverá a pasar. Que les vaya bien en su película - se despide sin dar lugar a replica, reclamo o algún tipo de respuesta.
Su humanidad regordeta y caricaturesca se desvanece en la esquina del pasillo en donde ya encienden las luces. 50 minutos de retraso.

La función transcurre sin novedades, claro está si dejamos por fuera que menos de la mitad de los interesados soportó la espera. El foro final sobre “Merci pour le chocolat” de Chabrol, incluye la crítica burguesa de rutina, alguna mención extraviada del absurdo, de ese intimismo francés e inclusive un divertimento gerontológico sobre la belleza otoñal de Isabelle Huppert. Nadie dice nada más, a pesar de las exhortaciones. La jornada sólo es justificada por unos ojos verdes que venían con una sonrisa que no pude evitar de notar, desde una de las sillas de la primera fila. Sin embargo ¿Es esto por lo que paso películas?

Flashback 2: La ardiente espera del correo infantil.

El organizador del ciclo esta ausente. Por teléfono lo he amenazado de que no hablaré sobre esa película, principalmente porque es, como se acostumbra a decir, un bodrio. De aquellos que no tienen excusa, de dimensiones similares a “El lado oscuro del corazón” de Subiela.
_ No importa, que la presente Arturo. Yo alcanzo a llegar para el foro. - Aclara Jaime desde el otro lado de la Universidad.
_ Tengo mucho trabajo aquí en la copiadora y no alcanzo a ir.
La explicación es suficiente, mas alcanzo a recordar un pequeño detalle que haría imposible cualquier argumento de cineclub: La película.
_ Pero Jaime ¿y la película qué?
_ Fresco, que la hija de Carlos, el dueño de este chuzo ¿Te acuerdas? Ya sale corriendo para allá con ella. En 10 minutos llega. Nos vemos – Cuelga Jaime sin dar lugar a posteriores interrogaciones.
_Una niña – me repito a mi mismo.

Los asistentes ya comienzan a llegar y a pesar del afiche fuera del auditorio preguntan si es el sitio de la película. Respondo con sólo un movimiento de cabeza mientras empiezo a sacar los artefactos indispensables para la función: el proyector, el sistema de sonido y los cables. Entro al auditorio y veo como Arturo hace de equilibrista en una pila de sillas desplegando el telón, aquel que mantiene escondido el resto del tiempo cuando se dan clases y que sólo aparece gracias al cineclub. Consulto el reloj y constato que como siempre, algo esta saliendo mal: La película no ha llegado.

Sentado en el pasillo, empiezo a pensar: Una niña – me repito de nuevo -... pero ¿como será? Los instantes febriles previos a una sesión probablemente fallida son el tiempo perfecto para que la conjetura se una con una inexplicable sensación de vergüenza. ¿Como será?... me repetía internamente mientras observaba el fondo del pasillo a la espera de la fémina, correo esperado. Imaginaba una Shirley Temple de piel embarrada trayendo un DVD quebrado e inservible por las manchas de dulce. También imagine una lolita en el predecible fetiche de la falda cuadros deteniéndose cada 10 metros para consultar su rostro en el disco plateado. ¿Cómo será?.. como en un morphing la niña se torno en mujer y redujo su nombre mientras corría por un campus de caricatura, como en “corre lola corre”. ¡AHH! los noventas, pienso evocadoramente: cualquiera con un argumento mediocre ponía ángulos de cámaras forzados y una pista electrónica y ya hacía la película de la vida de muchos incautos.
_ Oiga, ya vamos a empezar – me dice Arturo quien asoma a la puerta con su acostumbrado gesto de girar en disco en su índice izquierdo.
_ ¿Cómo así? ¿Y la niña? - respondo sorprendido.
_ ¿No la vio? - me espeta extrañado mientras mira el disco como queriendo burlarse por no haberlo deducido.
_ ¿Y cómo era? - pregunto como única salida a un momento de tensión de egos. No recibo respuesta.

Jaime alcanzo a llegar para el foro final. La excusa de la demora fue breve. Desde la parte posterior yo observaba los ojos verdes esperando un giro de cabeza y un anhelado contraplano de rostros. Con nervios acariciaba el cuero moribundo de los asientos del auditorio. Pero el estimulo vino de otro lado y fue inesperado y de hecho, algo repulsivo:
_Oiga ¿Usted es del cineclub? - me pregunta una voz grave como de ultratumba, que provenía de una inexplicablemente pequeña cabeza que remataba un grueso abrigo negro.
_ Si ¿Por qué?
_ Este...este.. ¿Y cuando van a pasar un ciclo de películas eróticas? - interrogaba con poca decisión.
_ Pues no sé, por ahora no nos interesa. Ya hay un cineclub comercial que se encarga de eso cada mes. Como que es el único ciclo que tienen. De hecho, a donde usted mire, la ciudad esta tapizada con capas y capas de imágenes mal impresas de “El imperio de los sentidos” - repuse con evidente sarcasmo.
_ Ah pues, seria bueno un ciclito erótico.
_Oiga ¿y ustedes cobran?
_ No, las funciones son de entrada libre.
_ Bueno gracias.
_ De nada.
Al recobrar mi ángulo de vista, obstruido por el inoportuno abrigo negro, me doy cuenta de que la sala esta vacía y que los ojos verdes la han abandonado.

Flashback 3: Esquiva estereofonia

Hoy arrancamos el ciclo “apasionados por la música”. La decisión de la primera película no fue difícil. Habíamos decidido iniciar con “24 hours party people”, esa película de Michael Winterbottom que hizo furor en el Eurocine del 2004. Muy distinta a ese bodrio de “9 Songs” que fue aquí titulada de manera sensacionalista, como “9 orgasmos”.

La planeación de un ciclo es un asunto siempre delicado, y que obedece varias reglas. Se debe comenzar con algo que capture la atención del público, llevarlo por excesos y descansos y rematar en un climax cinéfilo, donde generalmente se reparte la producción escrita a manera de cuadernillo, finalizado a altas horas de la madrugada del mismo día. Gajes del cineclubismo.

Hoy la película ha estado a tiempo. La asistencia es nutrida y llena de la variopinta fauna que convoca la música y sobretodo una película que relata la odisea de Manchester: desde la alborada del Punk hasta el surgimiento de la música electrónica. Las sillas están repletas. Con una mirada cómplice y en silencio, los miembros del cineclub tácitamente concordamos en la adecuada selección de la película debut. Todo esta listo. Arturo alcanza el frente del auditorio y prodiga con sincero entusiasmo, pormenores y referencias oscuras salidas directamente de su pasión musical. La gente esta a la expectativa. Las luces se apagan. Press PLAY y el auditorio se envuelve en el alucinante cabezote acompañado por la canción homónima de los Blue Mondays. Todo era perfecto, empecé a temer. Cualquier cineclubista sabe que ninguna función lo es. De repente, el sistema de sonido falla…
_ Juemadre yo sabia que algo iba a pasar – reniego en voz alta.
Las cabezas que ya se empezaban a agitar se detienen. Una silbatina headbanger no se hace esperar. Jaime llega al rescate con un teléfono celular de esos que tiene lucecita.
_ Yo acomodo los cables, dale pausa a la película y probamos – ordena Jaime sin mayores alteraciones. Descubro que el ciclo no es mucho de su agrado.
_ Listo me dice cuando – responde Arturo diligente y desconsolado. El ciclo le pertenece.
Tras intentos ciegos, ires y venires de navajas suizas y pruebas ingenuas, el diagnostico es ineludible:
_ Esta vaina se fundió – dictamina Jaime con algo de cinismo.
Arturo y yo corremos a la sala de audiovisuales a transmitir el pequeño inconveniente. Carlos, el encargado de la oficina, resuelve:
_ Pues el otro sistema igual lo tienen ocupado en la plazoleta en un evento. Ya deberían haberlo traído pero nada. Vayan y pregunten.
_ Otra vez no… - murmullo de manera imperceptible mientras compruebo que Arturo masculla su propia amargura.
Llegamos a la plazoleta e informamos a quienes tienen en su poder el sistema de sonido de nuestra situación.
_ Aún no hemos terminado – Informa en tono despectivo, quien parece ser el animador del evento.
Miro alrededor y compruebo que el público de lo que se este haciendo es casi inexistente. De repente, el animador, cuyo rostro ya empieza a tornarse despreciable, se pone de pie e inicia una arenga ininteligible, combinación de ceremonia seudo indígena mal digerida por farsantes y actividad piscinera de centro recreativo calentano. Algunas voces responden, pero son mínimas.
_ Oiga, pero ustedes tenían que haber entregado eso hace rato – profiero desafiante animado por una plazoleta indiferente. - Lo necesitamos para la función del cineclub.
_ ¿Para pasar una película? - responde el animador despreciable. - Aquí estamos en un evento de gran importancia compañero, de implicaciones políticas y no en una mugre película compañero. Algo político ¿O es qué a usted no le interesa el destino de la Universidad?
_ Amigo – respondo tomando aliento y con evidente hipocresía – No hay nada más político que hacer cineclubismo hoy en día. Nosotros utilizamos una expresión artística para articular un discurso de reflexión y poner a los muchachos a pensar. La lúdica, es la mejor manera de llegar a las personas, y no discursos trasnochados que miles de loros como usted llevan 40 años repitiendo sin resultado alguno. No hubo respuesta. La nuestra, fue la retirada pues era imposible obtener el sistema de sonido después de la afrenta.

La función termino media hora tarde ante un auditorio persistente. Fue necesario emplear un sistema de sonido secundario, insuficiente.
_ Imagínese como será cuando pasemos “Habana blues”: Nadie entenderá nada – vaticina Arturo con una sonrisilla mordaz.
Decido ignorarlo. Lo mio, ya es otra cosa. Repetí la ya ritual secuencia de zooms itinerantes por las sillas en busca de la de los ojos verdes. Resultados estériles. De repente un aliento a licor barato se me aproxima e interroga:
_ Oiga, ¿Y cuando van a pasar el ciclo de cine erótico?

Flashback 4: Pandemónium alucinante.

Esta es quizá una de las funciones que más empeño he puesto. “Miedo y asco en las Vegas” de Terry Gilliam es el cierre del ciclo de cine yonqui, que estuvo a mi cargo. Aplicadamente durante toda la semana, visité puntos visibles de la Universidad, pegando un atractivo afiche que encomendé a un diseñador de estrellita ninya, conocido de algunas aventuras fanzineras. Gran parte de nuestro presupuesto tuvo como destino un afiche... para una sola película. Siempre es sano de vez en cuando darse la licencia de un capricho, mas aún cuando los resultados saltaban a la vista: el auditorio prometía lleno absoluto.

El público no cesaba de entrar mientras Arturo, de nuevo equilibrista, desplegaba el telón de proyección. Afanosamente y deseando que nadie lo notará, en un rincón me empeñaba en confeccionar los cuadernillos que incluían mi escrito. Al no poder compaginarlos para copiarlos masivamente, me vi obligado a editar con tijeras y pegante como en los viejos tiempos. Arturo prueba la película y parece que todo esta bien. Abandono la sala para visitar la fotocopiadora para producir los cuadernillos. El presupuesto sólo cubre 50. Al volver descubro a Arturo en la puerta exterior aguardándome:
_ La película no funciona – me dice en una frase infinita.
_ ¡Pero si yo la probé en mi casa! - digo sintiendo un peso enorme sobre mis hombros.
Encendemos las luces para obrar con más comodidad. Desde la parte posterior convengo a los asistentes con una frase que en sus distintas variaciones es de las más acudidas por el cineclubista universitario:
_ Muchachos, por inconvenientes técnicos nos demoramos un poquito. ¡Pero no se vayan!
Providencialmente en mi bolso reposaba un computador portátil que se tornaba salvador. Tras los avatares de conectar un proyector viejo a este dispositivo, comprobamos que la película ni siquiera era reconocida. A la persona que no haga parte de estas actividades tal hecho resultará sin importancia, completamente anodino. Sin embargo el cineclubista serio, el que siente una responsabilidad con el público, conoce la inconmensurable desesperanza, la incontrolable vergüenza, de una función fallida.

Otros dos reproductores de DVD fueron ensayados con idéntica y terrible conclusión. Arturo me miraba como queriendo decirme: cancelemos. Estaba apunto de seguir su secreto dictamen cuando lo inesperado ocurrió: Ramiro, un compañero de estudio, adicto a los videojuegos y que me acompañaba en esa función, tímidamente se paro de su silla, se aproximó a la parte posterior del auditorio e intervino:
_ Yo tengo un PlayStation en mi maletín, y eso lee DVD.
Palabras mágicas. De allí en adelante todo se convirtió en intentar descifrar como iniciar la reproducción de una película con aquellos arcanos controles de videojuego. La audiencia colaboraba divertida cuando veía menús y flechas en la pantalla y gritaba: “Allí, allí”, “la tecla A”,”espichele select” en un pandemónium alucinante en donde el motivo que nos tenia a todos reunidos allí, parecía haberse olvidado. Cancelar nunca.

Tania, quien desde hacía poco colaboraba en el cineclub, siempre llegaba tarde. Milagrosamente recordé que vivía a una cuadra de la Universidad y enfrente de un cineclub. “Tania, eres mi última esperanza”
_ Hola – tiempo valioso corría en ondas electromagnéticas.
_ Hola – contestaba Tania sorprendida.
_ ¿Estás en tú casa? - pregunto queriendo parecer casual.
_ Si, ¡Pero ya voy para allá! - contesta Tania de manera precipitada, como queriendo prevenir mi esporádica naturaleza regañona.
_ No hay problema, sólo te iba a pedir un favor: Ve al video del frente de tu casa y alquila “Miedo y Asco en las Vegas” yo te la pago aquí.
_ No hay problema.
La oportunidad fue perfecta para la redención de Tania. Una redención en VHS, pues no había más, que finalmente, con 50 minutos de retraso, dio inicio a la función de cierre del ciclo yonqui.

La función fue ampliamente disfrutada y celebrada tanto por los seguidores de Gilliam, los de Hunter Thompson (habiamos algunos) o los que estaban allí de casualidad. El dolor de cabeza que me atormentaba había cesado, sólo amenazando con volver en los 4 segundos en que la película se interrumpió porque alguien había grabado un segmento de Discovery Channel en la copia en VHS. Sin embargo y sorprendentemente, la incomoda escena resulto apropiada, pues los torpes pasos representados por Depp y Del Toro, alternaron con unos pingüinos que caminaban en la helada Antartida.

Al salir de la función, la de los ojos verdes me sonrío con una mirada de admiración mezclada con lastima. Indescifrable como la mayoría de las miradas femeninas. En un instante reuní el valor para hablarle y cuando mi mano buscaba alcanzar su hombro desde atrás, se estrello con un mohoso peñasco arrastrado hasta allí por corrientes de licor barato y aficiones cineclubistas-parafílicas:
_Oiga, maluco todo lo que paso ¿No?...¿Y cuando van a pasar el ciclo de cine erótico?
Si sólo ellos supieran...

DISOLVENCIA

... Si sólo ellos supieran. Los recuerdos han cesado. Varios flashbacks empaquetados en un sólo fotograma de mi vida, mientras nervioso estoy de pie frente al auditorio, dispuesto a dar comienzo al foro. He abandonado el ademán de frotarme las manos, en favor de uno de suficiencia, de mano izquierda en el cinto y diestra sentenciando, como en una película de Leni Riefenstahl. - Es bastante ingrato este oficio de ser cineclubista – pienso de nuevo con ganas de manifestarlo, más lo logró de una manera menos elegante:
_ Muchachos... ¡Esto de ser cineclubista es muy ijueputa! - las risas se liberan briosas, más pendientes de una palabra que de la dolorosa certeza que se les acaba de revelar y que tal vez no comprendan.
_ Si ustedes supieran todos los esfuerzos que uno hace para que ustedes puedan ver una película. Por eso considero que lo mínimo que ustedes pueden hacer es quedarse al foro como señal de respeto – Ya venia un episodio de esos esporádico-regañones -El foro es el espacio para que todos hablemos y nos encontremos alrededor de una película. No les de miedo hablar, cualquier interpretación o aporte es enriquecedor y valido – la trampa del relativismo, recurso patético frente a una audiencia inerte...

Algunas opiniones aparecen con algún interés, aunque debe reconocerse que los timbres de los celulares han sido los interlocutores más participativos. Observo a la de ojitos verdes deseando que diga algo. La explicación máxima. Un ángulo no explorado. La justificación divina del cineclubismo. Nada. Silencio. El crujir incomodo de las sillas indican que se debe dar por terminado el foro.

Cuando todo termina, deshago el recorrido del pasillo, decidido, suguiendola a ella. Cámara al hombro. Esquivo con un gesto algo grosero al abrigo negro dixomano-pornógrafo que acude a Jaime para interpelar por el ciclo de cine erótico. Me adelanto por un costado y me recuesto en la puerta de salida como gigolo barato y confiado, confeccionando la estrategia. Emboscada en primer plano:
_ Hola
_ Hola.
_¿Cómo estas?
_ Bien. Chevere la película y también lo que usted dijo.
_ Gracias. He visto que venís bastante al cineclub – el truco del acento caleño, esto es desesperado.
_ Si a veces.
_ ¿Te gusta el cine?
_ Pues en realidad no mucho, lo que pasa es que no tengo nada más que hacer y espero a que mis amigos salgan de una clase que yo no veo. De allí nos vamos al Bar. - Chao.
_ C H A O ..............................

FUNDIDO A NEGRO // VOZ EN OFF.
Algunos soportan películas interminables sólo para parecer interesantes. Algunos son exegetas del neorrealismo Italiano, sólo para conquistar unas curvas impresionables. Algunas, son encantadoras enciclopedias de nuevo cine alemán y han atrapado algún imberbe con el encantamiento que se desencadena al decir las palabras mágicas: Fassbinder. Para otros, la pantalla es un panfleto político. ¿Qué es el cineclubismo? No podría recriminar las aproximaciones que he mencionado. Algunas veces he ensayado sus guiones. Sin embargo, en la oscuridad hueca de un auditorio vacío, en donde persistimos en la función por dos espectadores que han venido, veo como mis pies que reposan en el espaldar de la silla del frente se recortan con el cuadro luminoso que transcurre en el telón mágico. Todos los pasos andados. El cineclubismo es un punto de encuentro. Es el esfuerzo de colectivizar el goce individual de un filme a partir del goce de la comunicación entre varias personas afectas a un arte de masas. Es un dulce desasosiego. No importa si es en fotogramas o en píxeles. Es un espacio para la comunión horizontal entre los que programan y los que asisten. Escenario privilegiado, para las desventuras de un cineclubista. Ojalá el proyector nunca cese.

EPILOGO PRECREDITOS
Actualmente, el cineclub Alberto Alava lleva 25 años de trabajo sin interrupciones. Sus miembros actuales esperan poder continuar con la tradición por más tiempo mientras programan funciones responsables de acuerdo a nuestros días. Incluso al escribir estas líneas, se esta proyectando un ciclo de cine erótico y pornografía. Ya una persona se ha ofrecido para asesorar el prodigio con su enorme bagaje adquirido al recorrer minuciosamente las salas X del centro. Esta persona pondrá muchas filias. Nosotros, pondremos la cinefilia.

*Ensayo de escrito preparado para los 25 años del Cineclub Alberto Alava, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá. La inclusión del cineclub comercial que realiza el ciclo erótico se incluye por propósitos del relato, no como crítica a un cineclub que ya lleva varios años aqui en Bogotá.
Además sería una torpe crítica si ahora se esta casi que copiando el ciclo.