lunes, agosto 10, 2009

Campus Party: Ping en una botella




Miradas pétreas en la variopinta diversidad de monitores en una comunión hombre máquina que superaba la carne-carne. Las ventanas, desplegadas con los trajes de la Web 2.0, conectaban con ese otro mundo fuera del fascinante recinto. Una celebración extática donde la cultura del silicio de las máquinas se encontraba con la silicona de las modelos promocionales. Procesadores y corazones latiendo a una frecuencia mediaticamente inflada. El templo de bit se erigía por segunda vez en los pabellones de Corferias y yo, advenedizo invitado, hacía parte de la comunión esperada por cientos de jóvenes. Abandoné cualquier prejuicio y decidí conectarme. Entré en el juego. Un geek más extraviado en un campo de concentración en forma de laberinto, donde se pagaba por entrar.

La fiesta de la tecnología, traída por una multinacional española, es el espacio de encuentro para todos los interesados en las tecnologías de la información como medio de ocio, expresión o trabajo. Miles de jóvenes de varias partes del país se congregaron para hacer parte de este encuentro. Muchos de ellos arribaron, tras largas horas de viaje por nuestra accidentada geografía, con todo su poder de computo embalado en cajas que reposaban en las oxidadas bodegas del transporte intermunicipal. Y la expectativa era justificada: un cartel de conferencistas internacionales de gran interés, algunos talleres promisorios y sobre todo, una extraordinaria velocidad de descarga. Todo hábilmente empaquetado en un ritual pop-art-digital con una semana de vida. Un lugar de privilegio en un país que apenas despierta a su amanecer tecnológico. Un evento luminoso (obviamente por la inundación mediática) con el efecto de un concierto de rock, donde la multitud hace fila por horas antes de que las puertas abran, mientras la acompaña la mirada complaciente de las cámaras de TV.

Sin embargo, una vez adentro, algo no terminaba de hacerme clic. Quizá mi interfaz estaba ya obsoleta para estos lugares; quizá ya acostumbrado a las interacciones digitales, me encontraba atrapado en el fondo de un monitor fundido a la apatía; o en mi percepción, la imagen era la de una mega-estructura mal aprovechada. Un espacio perfecto para el flujo complejo de información y la generación de conexiones humanas, parecía una matriz inmensa donde las miradas sólo se fijaban en las pantallas. Una fiesta que bien habría podido llevarse a cabo en casa en versión de menos ancho de banda. Ahora, una mezcla de videocasts y recuerdos variados recuperan metáforas diversas: la disposición que rememoraba la maquila; la imagen de los absortos corredores de bolsa de Wall Street o el campo de concentración ya referido. Las más crueles evocaban un freak show, espectáculo de coreografía críptica impulsado por las bebidas energizantes y la promesa de la foto con una celebridad o, al menos, con alguna de las hipermodelos ofrecidas al target cautivo.

Magnifica escena en alta definición visible desde un balcón acristalado, ¿ofensivamente? dispuesto para observar a los “campuseros” por una módica suma (según fui informado). ¿Qué impulsaría a los espectadores? ¿Una suerte de voyeurismo corporativo o algún animo secreto de justificar la entrada que hasta el momento había resultado solo una muestra de productos? Tal vez el ánimo omnisciente de integrarse, frustrado por la innacesibilidad económica de los eventos centrales. Un deseo por enlazarse a nuestros tiempos, tomando parte en ceremonias ejecutadas en trayectorias rectas alrededor del gran tótem hiper-cúbico central, que oficiaba de conexión a ese otro mundo simbólico venerado con voluptuosidad.

Mas allá de la crítica controversial en busca de instantes warholianos en-línea, pienso que el evento, valioso por su inversión e importancia, es susceptible de mejoras. Priorizar los talleres sobre las conferencias, enfocándose en el hacer. Incentivar, de manera más firme, una perspectiva de la tecnología como algo útil trascendiendo el simple hedonismo. Democratizar el acceso a las conferencias para audiencias más grandes, cobrando la misma tarifa del mirador circense.

Al llegar a casa, la serie de pantallas persistía. Las pantallas aún nos corroen. Las pantallas nos rodean. La pantalla mas ácida era el espejo, aquel que me revelaba que a pesar de todo yo fui otro nodo irredento que esperaba sumergirse en el tráfico, en la avalancha de datos que sucede cuando se abandona la sesión para charlar un rato con quien está al lado, en esa interacción que aún provee los emoticones más geniales.



txt & pic: luscus
Publicado en elniuto.com edición 10 (agosto 2009)