lunes, julio 31, 2006

Bazar y Bunker

Mis dedos barajan los plásticos polvorientos, hasta detenerse en una carátula fotocopiada pero reconocible.
_Ese es bueno, lo han llevado bastante – aconseja la mona.
_ Tal vez otro día – respondo cambiando de opinión.
Con torpeza avanzo tras el espejismo del disco incunable hasta que debo detenerme. Uso mis manos para apoyarme sobre el puente que vibra constantemente. Una sensación de ligero mareo encuentra descanso el la bella cara de otra cliente que como perro cinéfilo hurga la bolsa negra del cine arte. Una cara para contemplar.
_ Esto siempre tiembla así – profiere cálidamente al observar mi gesto, lo bastante notable como para delatar mi condición de advenedizo acurrucado.

Los discos de colores fluyen inútilmente en contraste con el color de este bazar, continuidad del cielo gris de octubre. La lluvia amenaza con clausurar la tarde en el San Andresito elevado de la 45 con 30. Tomo el último lote de discos inspeccionándolo con desgano, llevado por esa mezcla de meticulosidad y vanas esperanzas de melómano.
De repente una fuga de Bach polifónica corta el aire, detonando las maniobras del escape.
El ritual de supervivencia inicia. El lote me es arrebatado. Las bolsas negras se inflan y anudan con destreza. Las mochilas se hacen pesadas. La mona se inclina sobre la baranda buscando los anunciados hombrecitos verdes que como en película de los 50s, traen el terror. En cuestión de segundos el puente se ha replegado dejando al descubierto sólo aquellos cachivaches permitidos. El día se hace más gris arrojando una cortina de camuflaje. Una seña al vendedor del otro extremo. Mueca de la mona. Consulta visual desde la otra baranda. Nada. De nuevo el minúsculo celular se retuerce con Bach. Falsa alarma.
Al parecer merodearon un poco por las escalera pero se marcharon. Seguramente otras presas más jugosas los esperan. Sus babas no alcanzaron a corroer este día.
_ Lo peor es que le quitan a uno la mercancía – Confiesa la mona.
_ Además yo no quiero pasar la noche en una estación de Quintaparedes y no tengo los cien mil pa' pagar la salida. - continua sin que nadie haya preguntado.
Sus mejillas vuelven a encenderse, anunciando que se renuevan las transacciones. “Ese no es comercial por eso te vale $8000”, “Aquí no lo tengo pero mañana te lo traigo”, “No se ha podido decodificar”, la artillería de frases se alistan, las permutaciones calculadas para que el cliente siempre tenga la razón. Con vertiginosidad aparecen los precarios billetes estudiantiles. Todo retorna a una tensa calma en donde la fatigada frente de la mona y su mirada vigilante, guardando periódicamente los extremos del puente denotan su nerviosismo. Hoy será una de esas frías jornadas de paranoia.

Otro día. Otra hora. Otros miles de pasos han ajetreado el bazar del comic, el piratazo y la conveniente sombrilla cincoluquiana. Otra jornada donde el puente es bazar ... y búnker.
El puente es estratégico, desde allí se observa todo el teatro de operaciones. El capullo de aluminio con entradas de prisión sigue escupiendo gusanos rojos repletos por la hora de almuerzo. Protegido, a salvo. Al otro lado los estudiantes salen a borbotones por los ridículos embudos de las rejas. Todo bajo la mirada escrutadora del comandante. Mi barriga también chilla por lo que mis pasos van ansiosos. Los hilillos de una típica llovizna indecisa empiezan a caer. Abstraído en mis pensamientos y en la visualización de la cercana bandeja paísa había pasado por alto su presencia. No los había notado a pesar de su voluminosidad. Miro al otro lado y veo que su vehículo perennemente parqueado se ha movido. Allí están. Torpes por su ominoso exoesqueleto de polietileno. Una mancha negra sobre el gris. El pus de las heridas del concreto. Con sus cuellos en sincrónico paneo y los dedos prestos sobre los gatillos. Aguardando. Plantados como los imposibles eucaliptos del puente.

Me parapeto tras mi paraguas para no soportar el cuadro. La historia demuestra que con ellos la cosa es de vida y muerte. Hay que temerle a las jauría de la impunidad. Avanzo. Un tropezón me hace bajar el paraguas para encontrarme con la cara de uno. Una cara para contemplar.
Es un niño.
La mirada es de odio.
Hermano de sus enemigos, puesto en el bando contrario por el poder. Siempre ha sido y será así. La furia le hace sobreponerse a su miedo. Esperando el instante en que como le enseñaron en la Academia, salgan los monstruos desadaptados de su guarida blanca. El instante de la acción y la adrenalina. Como flor de fango surgida de la masa negra, aparece el rostro de la mona:
_Me llegó nueva música.
Me inclino y tomo desprevenidamente cualquier disco.
_¿ Y a estos no les tiene miedo? - susurro.
_ No, estos ni nos miran. Los de verde, no los de negro – responde con una sonrisa. El tumulto de estudiantes chismosos es un mercado potencial.
Encuentro un disco que si me gusta y lo compro, siguiendo aquella ética de que nada que sea de bandas nacionales. Hoy comerciamos dos mil pesos y nuestras paranoias. Hoy el miedo es mío. Arrojo un último vistazo de desprecio al grupo. Es lo único que queda cuando se teme pero se es impotente. Bajo las escaleras para internarme en el exterior de busetas serpenteantes y comida chatarra. La lluvia ahora si es legítima. A mis espaldas queda el puente que se levanta como la estrecha y gélida colina de concreto donde el lobo suele cazar, no importa su especie o el color de su ropaje. Donde sus fauces salivantes encuentran sosiego en los débiles.

Una recia brisa corre esparciendo un aroma de sosobra y de pólvora. Creo escuchar explosiones en la lejanía. Volteo pero no veo nada. Sigo mi camino hacia mi casa. Aquel refugio donde mi único temor será que el maldito princo haya salido malo. Por ahora...

Luis Fernando Medina C
luscus9@yahoo.com, http://altadensidad.blogspot.com