Vestigios de una nube de te aún en reposo, adornan la efigie de Nanak, el gurú patriarca de los Sikhs. El mostrador de mármol termina su abandono, cuando James toma su puesto y abre su biblia. Ante mi pregunta responde que los Sikhs no son hindúes, y reafirma su carácter católico.
_India es un país diverso, en Kerala de donde vengo muchos somos católicos.
Inmediatamente almaceno el dato. Un registro holográfico en mi memoria saturada de imágenes, sonidos y personas en una tierra tan extraña. James señala que los sikhs son bastante poderosos, y explica la imagen impasible de Nanak:
_ Son los dueños del hotel.
Reviso por última vez el estado de la batería de mi cámara digital. El instrumento para la cacería. James responde a mi despedida con una observación sorprendente.
_Esos pantalones cortos llaman al pecado. Las mujeres le verán las piernas.
Hago un gesto entre sorpresa y desden. La temporada monsónica esta cediendo y he decidido ejercer el patético atuendo del turista occidental. Finalmente escojo la sonrisa y me despido de James.
Las calles de Karol Bagh me reciben cubiertas de un barro agonizante pero aún efectivo. El sector esta rebosante de hoteles en construcción y comercios a la expectativa, consecuencias del auge turístico de Nueva Delhi. Desemboco en una calle más concurrida fatigada por mendigos, motocarros, bicicletas-taxis y perros mudos que conviven en la aún húmeda vía, cobijada por caóticos cables eléctricos que van en todas direcciones. La cámara no se desenfunda. Las tiendas pletóricas de iconografías globales no ofrecen casi nada, excepto la imagen ubicua de Amitabh Bachcham promocionando cuantas porquerías pueda. De las pantallas de Bollywood a los previsibles carteles del nirvana consumista. Tal vez el mercado cercano pueda ofrecer las imágenes deseadas.
El mercado era rico en frutas y en pequeños puestos de servicios. Reparación de electrodomésticos, arreglos de ropa, mantenimiento para bicicletas, pequeños y oscuros cubículos metálicos donde se asomaba generalmente un curioso rostro cetrino esperando un cliente, para recibir una fotografía furtiva cuando era posible. O torpemente negociadas cuando el rostro se tornaba agresivo. La publicidad de los establecimientos estaba compuesta generalmente de gráfica popular hecha a mano, barrocamente detallada y multiforme. Exhibiendo mujeres bellamente vestidas o los dioses más populares del casi infinito panteón Hindú. Que Krishna, Hanuman y Kalimata protejan este negocio. Probablemente en Hindy también aseguraban que hoy no fiaban pero mañana sí. Progresivamente una barra de estado anunciaba una memoria en ocupación. La cacería debía desplazarse a otro lugar.
La ruta 15, recomendada por James y confirmada por la tabla de la Delhi Bus Company obedecía mi señal. El sistema era eficiente, se subía por la parte trasera y en la delantera se indicaba al conductor que se había alcanzado el destino. El mio, era el centro de Nueva Delhi: Conaught Place, una zona rosa occidentalizada compuesta de ruinas circulares en blanco estuco victoriano, con centro absoluto en el Palika bazar, una especie de San Andresito dantesco sumergido en espiral y baratijas. El trayecto me conduciría del periférico Karol Bagh a un centro lleno de almacenes y paredes ansiosas. Por la amplia ventana se colaban las calles, con sus fachadas ataviadas de penumbra conferida por las moles de concreto de un metro de alturas que atareaba en obras gran parte de la ciudad. El bus se deslizaba suavemente por un tráfico en apariencia imposible, pero funcional. Un secreto código ajeno al madrazo lo regía. A medida que nos acercábamos al centro, la densidad de pequeños centros de educación en informática aumentaba con vértigo, el comercio de estudiantes trajinaban las entradas estas fábricas de mano de obra barata, única manera posible de sostener la enorme maquila digital en que se ha convertido la India, lugar de subcontratación favorita de grandes transnacionales informáticas. El anuncio Conaught Place proferido por el ticket boy me sacó de la contemplación. De pie. Revisión de bolsillos. Un tiquete en la mano izquierda y una cámara torpemente desenfundada en la derecha, equilibrista deambulando por el pasillo de metal oxidado hasta llegar al altar multicolor que rodeaba al conductor. Enfoco con una sola mano. Anhelo del semáforo en rojo para capturar la escena. Oportunidad. Obturación. Una mirada desaprobatoria del conductor no se hizo esperar. Lo siento, esto es un safari etnográfico en JPG, imágenes vivas testimoniando una cultura en narraciones pixeladas- aventure en mi mente de manera justificativa. Sin embargo tras descender del bus con intermitencia cada vez más frecuente, acudía a mi una sensación de suciedad, de que mi cabeza sería arrojada al polvoriento suelo por uno de los machetes de la terrible Kalimata.
Conaught place era la epítome de las contradicciones de una cultura milenaria inserta en la globalización. Vitrinas lustrosas ofrecían las prendas usurpadoras del tradicional Sarí, bajo carteles con los logos corporativos de costumbre. En los lugares oscuros y en plena tarde, reunidos alrededor de una futuramente innecesaria fogata, algunos mendigos compartían una droga cuyo humo se aspiraba tras ser calentado en un trozo de aluminio. Los jóvenes de las castas superiores paseaban alegres con bolsas llenas de compras mientras decidían a que restaurante de comida rápida entrar. Oficinas saturadas de computadores, almacenes de artesanías de costo particularmente alto, tiendas de discos escupiendo Bhangra a la calle, todo flanqueado por palpitantes puestos callejeros de extraños menjurges. Un fresco Blade Runner al curry. Extraviado, recorriendo los anillos concéntricos que constituían la matriz en la que vagaba como un virus extraño, un píxel fuera del histograma en busca de los avatares y sus mundanas ramificaciones, sus encarnaciones en papel. Un caballeroso Krishna que sonreía desde una calcomanía. El inefable Hannuman con su rostro primate. Las estrellas de Bollywood, semidioses de estreno. Muros con carteles que anunciaban giras de gurus como estrellas de rock. Revistas del jet set de Bombay tiradas por el suelo. Tantas capas de tinta, en fractales de colores picantes reproduciéndose uno a uno hasta el infinito, en niveles de conciencia refinada hacía la esquiva fotografía máxima.
Un pequeño altar de ecuménicas figuras gobernaba el cibercafe. La noche me había hecho volver a Karol Bagh. La siempre paquidérmica simpatía de Ganesha, rodeado de estampas sacras en donde sólo identifique a Nanak, resguardaban el Babel de voces de turistas hablando a casa. Acariciaban webcams y enviaban besos por micrófonos. Yo, más austero o simplemente más lejos de mi hogar, contemplaba una ventana de chat donde un avatar, pero en esa vaga acepción actual de otros mundos virtuales me hablaba.
>¿Puedes enviar las fotos?
#No. Tengo muchas. Las grabaré en un CD y te lo dejo en Bogotá antes de ir a Cali.
>Esta bien. ¿Y esa foto?
#Es una baldosa con un hombre de 3 ojos. Será mi avatar de ahora en adelante.
>ummmmmmmmmmmmmmmmmmmm
Finalmente el avatar que representaba alguien al otro lado del mundo, guardaba un silencio en ascii.
Hoy, dos años después mi memoria es es confusa y se presta a los espejismos de la nostalgia. Ahora recuerdo mi cacería de avatares como un sueño probable pero no real. Algo que no sucedió, poblado por las contradicciones de la modernidad. En las tradiciones Dharmicas, el avatar era la encarnación de un Dios, descendiendo a la tierra. En nuestra tradición actual, es sólo un icono vulgarizado de los millones se dan cita en la red. Nuestro tejido aspirando a la abstracción del ciberespacio. ¿Estuve en el nirvana? No lo sé. La única certeza que me queda es que la cacería fue infructuosa. Ahora estoy condenado al karma digital, a la incompleta evocación a través de cientos de fotos almacenadas en un disco duro, desprovista toda sensación más allá de la luz. A ser un avatar al que se le ha mutilado la magia, aguardando por un divino intercambio de bits. ¿La vida es sufrimiento?.
//TXT&PICS: luscus9_at_alta-densidad.tk
Este texto esta basado en un viaje del 2005 a la India.
Fotografias en: http://www.flickr.com/photos/alta-densidad/sets/72157603430742831/
Algunos fragmentos del texto y las fotografías aparecen en la edición 05 de la revista "EL NIUTON" Bogota : www.elniuton.com (página 235)
Agradecimientos al colectivo elniuton
lunes, diciembre 10, 2007
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